El comandante del submarino "General Carrera" relata lo que vivieron él y su tripulación al "enfrentarse" al maremoto. La ola los arrastró y los hizo girar durante casi una hora, junto a otros barcos, como en una licuadora.
Matías Bakit R.
Poco después de las 3:30 de la mañana del sábado 27 de febrero, el capitán de fragata Hernán Parga (42 años), comandante del submarino Scorpene General Carrera (SS-22), se despertó abruptamente, como muchos otros chilenos, debido al terremoto. Como apenas pudo ponerse en pie, de inmediato se dio cuenta de la gran intensidad del movimiento y fue a buscar a sus hijos que dormían en el cuarto contiguo, en su casa en Talcahuano. "Tuve que despertar a uno de ellos, que ni siquiera sintió el temblor", cuenta.
A los pocos minutos, sonó su celular. Era el oficial de guardia del submarino, que estaba fondeado en la base naval listo para su revisión de rutina en los diques de Asmar. "Se sintió como si el agua nos diera latigazos. El submarino saltaba del movimiento", cuenta el Cabo primero José Riffo, que estaba de guardia.
El comandante le ordenó aplicar el protocolo que indica la Armada para terremotos: prepararse para zarpar. Él llegaría lo antes posible para liderar las maniobras.
Parga tomó su auto, fue a dejar a su familia a un sitio seguro, y luego bajó hacia la base. Habían pasado unos 30 minutos. Aunque aún no había información oficial sobre un posible maremoto, ya estaban junto a él el segundo comandante y los oficiales ingeniero y electricista.
El "Carrera" estaba listo para zarpar, pero Parga notó que el nivel del mar estaba bajando demasiado.
La lancha remolcadora "Fueguino", que ayuda a la flota de submarinos a moverse en superficie durante las maniobras de puerto, ya estaba transportando la nave hacia afuera cuando de pronto se sintió un ruido. El submarino había tocado fondo. Estaban atrapados.
"En ese instante, escuchamos por nuesta vía de comunicación para emergencias que los buques que ya habían salido del puerto avisaban que venía el mar", dice el comandante. Ante la imposibilidad de hacer otra cosa, dio la orden de que todo el personal ingresara al submarino, donde no tuvieron más opción que esperar el golpe de las olas.
"Estabamos cuatro en cubierta cuando, a lo lejos el teniente Álvarez vio la ola. Aseguramos todo y nos metimos al submarino", agrega Riffo.
Los minutos de terror
Posado, como estaba, en el fondo barroso del puerto de Talcahuano, el submarino no pudo evitar el impacto. Con un gran estruendo, la primera ola lo levantó y arrojó unos metros más atrás, dentro de las dársenas del puerto, un sector semicerrado con buenas condiciones para el amarre de embarcaciones debido a la poca corriente, pero que en ese momento se convirtió en una verdadera licuadora. "Estábamos posado, pero sentimos como la ola nos levantaba", dice Riffo. "La fuerza del mar nos arrojó hacia adentro, donde empezamos a dar vueltas", agrega el comandante.
Entonces comenzó el infierno, pues no sólo el "Carrera" quedó confinado en un espacio de 300 x 300 metros y de cerca de 12 metros de profundidad. La fuerza del mar provocó que cuatro diques flotantes, un barco mercante y un pesquero de gran tamaño soltaran amarras y fueran llevados hacia el mismo lugar.
"Nos movíamos para todos lados y chocábamos con distintas cosas. Cada vez que algo nos rozaba, adentro sonaba muy fuerte. Desde el puente de mando veíamos cómo pasaban los buques por arriba de nosotros, sin tocarnos. El mercante pasó a un metro y nos tratamos de comunicar con ellos, pero al parecer eran chinos, no nos entendían. El ancla pasó rozándonos", cuenta Parga.
Uno de estos obstáculos no pudo ser evitado. En uno de los giros, el "Carrera" colisionó contra un dique flotante de Asmar. La situación podía ser gravísima. El submarino seguía a flote, pero no había cómo saber la magnitud de los daños. Durante 45 interminables minutos, y casi sin sentido de la orientación, los tripulantes maniobraron para mantener al submarino estable y eludir colisiones. "Había miedo, sí. Pero mantuvimos la frialdad. Al menos comprobámos que no había vías de agua", cuental el cabo.
"Luego de eso, el nivel del agua bajó y la corriente empezó a calmarse. Como necesitábamos salir de ahí, envié a algunos hombres a cubierta para ver qué pasaba", recuerda Parga. Recién en ese momento, la tripulación del "Carrera" se dio cuenta de lo que había pasado. "No se veían los barcos que antes habían estado en los astilleros. Todo estaba destrozado en la base. Y eso que no teníamos vista de la ciudad", dice el comandante.
El milagro del "Fueguino"
Sin embargo, aún estaban en problemas. Fabricados para ser rápidos bajo el agua, los submarinos tienen poca maniobrabilidad en superficie y necesitan de una nave menor que los transporte. Y era poco probable que el pequeño "Fueguino" (de apenas 4,5 metros de eslora) hubiese podido soportar la ola... "Pero de pronto, ahí estaba, intacto. No nos podíamos explicar cómo sus dos tripulantes habían podido esquivar todos los obstáculos. Si algo los hubiera tocado, se habrían hundido inmediatamente", relata el comandante, aún impresionado. Al instante, usaron las líneas de emergencia para comunicarse con la nave, que inició las maniobras de remolque.
Pero la operación era delicada. Para salir de las dársenas, el "Fueguino" debía maniobrar por un pequeño espacio entre las compuertas y el enorme pesquero, que estaba atorado en la entrada. "Pero antes había pasado el buque factoría, y me dije: 'si ese bicho grande pasó, yo también paso'. En diez minutos ya estábamos afuera". Una vez ahí, sólo faltaba comprobar el estado del submarino. ¿Funcionarían las turbinas? La incertidumbre para la tripulación era insoportable. La flamante adquisición de la Armada de Chile corría el riesgo de pasar a ocupar un dique en los próximos meses. Sin embargo, el "Carrera" sólo había recibido golpes superficiales, y con sus propios propulsores se impulsó hasta la Isla Quiriquina, donde fondeó esperando que volviera la calma.
"Vengo de una familia naval, pero ni a mi padre ni a mi abuelo les tocó ver algo como esto. Mi tripulación actuó de forma extraordinaria. Demostramos que estamos listos para lo que necesita la institución y para lo que necesita Chile. Estoy muy orgulloso", asegura el comandante.
El domingo, al regresar a la base, muchos de los tripulantes se encontraron con que no tenían casa. Por ello, apenas pisaron tierra, fueron a ver a sus familias y a ayudar a sus colegas. Todos, salvo Hernán Parga. Él se quedó un día más a bordo. Como si temiera que algo pasaría otra vez.
Su superior, el comandante en jefe de la Fuerza de Submarinos, comodoro Ronald von der Weth Fischer, asegura, tras el incidente, que "las capacidades de las fuerzas submarinas están intactas. El "Carrera" iniciará su entrenamiento en la zona centro del país después de Semana Santa", y agrega que "me siento orgulloso de mis comandantes y sus dotaciones". Asimismo, reconoce que Chile perfectamente podría haber perdido toda su fuerza de submarinos y dice con humor "Dios al parecer es submarinista...y chileno".
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